“Una bochornosa tarde de verano puede convertirse en una perturbadora pesadilla, como nos mostró Tobe Hooper ahora hace cincuenta años. Una motosierra y un antiguo matadero pueden revivir si en vez de vacas o cerdos introducimos a una pandilla de jóvenes incautos. Rodada con cuatro duros y basada muy libremente en la macabra peripecia de Ed Gein, The Texas Chainsaw Masacre no es especialmente explícita. Muestra, sí, pero por sobre todo insinúa y sugiere. Los gemidos de los jóvenes siendo torturados fuera de plano y la textura granulada casi documental del film construyen un clima de tensión por instantes insoportable. Pieza capital del gótico norteamericano, metáfora de un país desestructurado y en crisis, el carismático Leatherface como capo del clan familiar abrió camino al slasher de serie B de los 70 y 80. Film de culto por encima de las modas, para el festival es también un título emblemático ligado a una performance inolvidable: en la proyección de 1979 dos encapuchados con motosierras sembraron el pánico en la platea de La Peni y la cosa acabó en comisaría, donde los agentes del orden comprobaron que las máquinas tenían la cadena desmontada. El recurso de los palurdos fanáticos acosando a los inocentes urbanitas que buscan parajes aislados ha sido repetidamente utilizado en el cine de género y nos ha ofrecido momentos gloriosos. Si miramos un poco más allá afloran temas como el contraste entre la modernidad y el mundo antiguo, las dificultades de entendimiento entre diferentes, y la fatalista constatación de que a veces la violencia resulta inevitable. Con frecuencia asistimos a venganzas o a catárticos estallidos de brutalidad, y también podemos encontrar denuncia social y costumbrismo negrísimo, como en la reciente Cerdita. Paradójicamente, el progresivo despoblamiento y envejecimiento de las áreas rurales convive con el fenómeno del neoruralismo: un cierto éxodo de la ciudad hacia el campo en la búsqueda de entornos tranquilos y menos contaminados. Es justo decir que este reencuentro, cada vez más presente también en la literatura y el cine, puede dar mucho de juego, con despistados neorurales constatando que su adaptación al nuevo medio se complica de forma inimaginable. La etiqueta terror rural es atractiva pero no olvidamos que la peor violencia se da en las ciudades. En el mundo real la revuelta campesina ha patentizado las dificultades y el malestar de un sector estratégico y primordial de nuestra sociedad, por lo tanto estaría bien no estigmatizar ni caer en la condescendencia. Pongámonos cómodos, pues, para disfrutar del “terror de proximidad” y gocemos con grandes títulos de este fructífero subgénero.” |
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